UNA GRAN MANSIÓN

Comparto con vosotros otro de los relatos que rescaté de mis viejos papeles, el cual escribí para un trabajo de clase de lengua allá por los ’90.

¡Que lo disfrutéis!

«UNA GRAN MANSIÓN.

Un día entró en mi corazón, y vivió allí por mucho tiempo. Muchos quisieron entrar también, pero apenas quedaba espacio dentro, y no porque fuera una cabaña. Era la más grande mansión, pero el egoísta residente lo llenaba todo.

Poco a poco fue atrancando puertas y ventanas, hasta que estuvo bien aislado. Al principio reía, cantaba y jugaba. Cuidaba todas las cosas bonitas de la casa, y esta radiaba de alegría con su presencia.

Sin embargo tanta alegría hacía que de vez en cuando rompiese alguna cosa. A veces colocaba nuevas y bonitas figuras de porcelana para sustituir a las rotas, pero nunca recogía los pedazos del suelo.

Además, fuera de la casa se organizaba un jaleo todos los días, porque gente de otros lugares quería visitar la casa. Poco a poco, embargado por todo aquello, acabó encerrándose en una pequeña habitación oscura en el centro de la casa. Por fin, sin que nadie supiera ni cómo ni cuándo, huyó por una ventanilla, llevándose consigo la llave de la casa.

La pobre casa creía que todavía le hospedaba, pero tan solo eran fantasmas y recuerdos.

Los nuevos visitantes trataban de entrar, arrancando trozos de madera de las ventanas, pero cuando veían el interior tan descuidado, oscuro, con todo lo que era bello roto en mil pedazos, decidían que era mejor marcharse.

Aquello duró mucho tiempo, hasta que llegó de no muy lejos un viajero. Se decidió a entrar nada más ver la fachada, pero no lo hizo por una ventana, sino con mucho esfuerzo desatrancando la puerta principal.

La casa pensaba que al ver las ruinas se marcharía, pero el valiente viajero se adentró hasta llegar a aquella habitación oscura. Encendió una vela y vio algo muy hermoso: el anterior habitante había guardado allí las más delicadas porcelanas, los cuadros más bellos, los muebles más valiosos, todo aquello que había querido preservar.

El viajero agarró un trapo y limpió todo de polvo. De repente toda la casa brilló con una luminosidad especial.

La casa se puso muy contenta, por fin iban a dejarla tan bella como era.

El viajero comenzó a restaurarlo todo poco a poco, con detenimiento, sin dejarse nada, con una dulzura especial que hacía que la casa confiase. Pero su trabajo se tornó más intenso, cada día que pasaba arreglaba más cosas, y el trabajo apresurado no resultó ser muy bueno. Dejaba olvidadas algunas cosas en el suelo, y había perdido su interés y dulzura en su quehacer.

La casa decidió pedirle que se tomase un respiro, para que descansara y pudiese retomar el trabajo con detenimiento, porque de verdad que era un duro trabajo.

Sobretodo le pidió que no perdiese esa dulzura, porque aquella casa podría ser su hogar para siempre, y una casa no se construye con cemento y azulejos, sino con mucho amor.

Por último le pidió que no hiciera nunca una llave, para que cualquiera pudiera entrar libremente, porque la mansión era muy grande y había sitio para todos.»

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