LA LUNA Y EL SOL

Archivando papeles me he encontrado con unos relatos que escribí para un trabajo de la asignatura de lengua allá por mitad de los ’90. ¡Menuda reliquia!

Comparto hoy con vosotros el primero de ellos, titulado «El Sol y la Luna». Leyéndolo después de tantos años me recuerda un poco a los árboles de Valinor del Silmarillion y también a la película «Lady Halcón». ¡Espero que os guste!

«EL SOL Y LA LUNA

Había una vez, en la cima de una montaña, dos árboles uno al lado del otro. Una noche, cuando la Luna estaba llena en el cielo, uno de los árboles dijo:

– Qué lástima me da la Luna.

El otro árbol, que estaba un poco adormilado, le preguntó:

– ¿Qué dices? ¿Que te da pena la Luna? ¿Por qué?

– Verás, la he estado observando durante las últimas semanas y he descubierto por qué está triste. – No sabía que estaba triste.

– Sí, por eso la noche es triste también. La Luna lo contagia todo con su tristeza, y todo el mundo prefiere dormir y levantarse con la alegría del Sol.

– Pero, ¿por qué iba a estar triste?

– Porque está enamorada del Sol.

– ¿Cómo dices?

– Sí, lo quiere con toda el alma, pero nunca podrá conseguirlo. únicamente puede aprovechar el breve instante del alba y del anochecer para verlo. A veces intenta tocarlo, pero nunca lo consigue. Después se pasa toda la noche esperando y pensando en él hasta que pueda verlo otra vez. De verdad que me rompe el corazón.

– ¿Y por qué dices que nunca podrá conseguirlo? Quizás algún día…

– No, eso es imposible porque no hay un día sin noche ni una noche sin día. Nunca podrán estar juntos. Cuando sale uno, el otro se va.

– No estés tan seguro. Yo creo que la Luna se merece una oportunidad y la tendrá.

Pasaron los días y los dos árboles discutían el amor imposible entre la Luna y el Sol. Decidieron hablar con cada uno de ellos para ver si podían hacer algo. Primero hablaron con el Sol:

– Sol, amigo Sol, ¿Nos escuchas?

– ¿Eh? ¿Qué queréis? Estaba secando las alas de aquella mosca que se había caído al río. – Verás, necesitamos que mañana al atardecer te retires un poquito más tarde.

– Oh, yo no puedo hacer eso. Necesito descansar para que pueda hacer mi trabajo al día siguiente. Cuando estoy cansado las nubes se ponen por medio y después todos os quejáis.

– Pero será solamente mañana al atardecer, ¡te lo pedimos por favor! – Bien, lo intentaré, pero todavía no me habéis dicho para qué.

– Ya lo verás, te aseguramos que vale la pena. Por la noche hablaron con la Luna:

– Señorita Luna, ¿nos escucha?

– Sí, ¿en qué puedo ayudaros?

– Mañana por la noche tienes que salir un poquito antes, y ponte bien guapa, mostrando tu máximo resplandor. Es una sorpresa, pero te gustará mucho.

– Si vosotros lo decís… no pierdo nada, peor no puedo sentirme.

Los árboles, satisfechos con su trabajo, esperaron impacientes el atardecer del día siguiente. Pasaron las horas. Veían al Sol haciendo un esfuerzo por mantenerse levantado.

– ¡Espera un poco más! – Le decían los árboles.

Cuando parecía que ya no podía más, la Luna, más hermosa, blanca y redonda que nunca, apareció lentamente por el horizonte. Nada más verla, el Sol pensó que era la cosa más bella que había visto nunca. La Luna no podía creer que estuviera viendo a su amado durante tanto tiempo. Ninguno de los dos podía articular palabra. Se acercaron poco a poco y se fundieron en un cielo lleno de colores que cambiaban a cada momento: naranja, rojo, rosa, violeta…

Los árboles lloraban de alegría, viendo como sus Romeo y Julieta rompían las leyes de la Naturaleza compartiendo el firmamento como Uno sólo. Permanecieron así unos momentos mágicos, viviendo al máximo caz segundo, desbordando energía por todo alrededor. Después se retiraron juntos hasta que desaparecieron.

Los árboles se quedaron mudos. Estaban maravillados mirando el lugar donde se había producido aquel milagro.

– Un día sin su noche y una noche sin su día.

– Ha sido fantástico. Tenías razón, pero nunca lo hubiera creído de no haberlo visto.

– Nunca pienses que algo es imposible. Todo, absolutamente todo puede llegar a ser diferente con el tiempo, por muy difícil que sea de creer.»

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